jueves, 9 de junio de 2011

Testimonio de un salvadoreño con los Libros Electrónicos

Hace unos días, en Facebook, la noticia de que Amazon vende más libros en formato digital que en papel provocó una serie de reacciones entre amigos y conocidos: periodistas, escritores y catedráticos universitarios.

Percibí, en general, alguna, si no mucha, resistencia hacia el libro electrónico. Este es un sentimiento muy común. En países como México, Colombia y España, la industria editorial tiene miedo, con razón, de que el libro electrónico (ebook) provoque la quiebra de empresas y la pérdida de puestos de trabajo. Esos temores no son los que se viven en El Salvador.

En este país, donde no existe una industria editorial importante, y donde la brecha digital sigue siendo abismal, el libro de papel tiene vida para largo. Aquí las resistencias vienen por otro lado. En parte, son resultado de que muchas personas educadas miran al libro como el icono por excelencia del saber y el conocimiento.

Yo también adoro los libros. En materia de libros he sido y sigo siendo un fetichista. A menudo los compro no para leerlos sino simplemente para poseerlos. Pero quien no haya tenido un dispositivo electrónico de lectura no sabe de lo que se pierde.

Me volví un usuario de estos dispositivos en la Navidad del año pasado, cuando mi mujer me obsequió un Kindle. Desde entonces, no puedo separarme de él. Lo llevo a las interminables esperas en bancos, servicios de telefonía o consultorios médicos. Lo uso en aeropuertos, aviones y hoteles. Donde quiera que voy llevo conmigo una carga de más de 100 libros... en un chunchito que pesa poco más de una libra.

Un libro electrónico puede leerse usando una computadora, pero la experiencia del dispositivo portátil es otra cosa. Se trata de un fenómeno nuevo que no puede compararse con el libro, como convencionalmente lo entendemos. Además, la lectura de ebooks y la de libros en papel no son experiencias excluyentes. Sigo teniendo una biblioteca de libros, que se agranda día a día. Mi biblioteca electrónica es todavía pequeña, pero me ha producido una experiencia de lectura no solo gratificante sino también práctica.

Este dispositivo me permite tener acceso instantáneo, vía Wi-Fi, a libros que aquí no veré ni en sueños. Por ejemplo, hace dos semanas leí una reseña sobre el libro “Joseph Brodsky: A Literary Life”, de Lev Loseff (Yale University Press, 2011), y decidí comprarlo. Me resultó más barato que traerlo por courrier y lo tuve en mis manos en menos de dos minutos. Asimismo, mi pequeña biblioteca electrónica en español de autores japoneses (a la fecha, treinta libros) me habría costado mucho dinero, y reunirla, en formato convencional, habría tomado años.

El Kindle, como otros dispositivos similares, constituye una herramienta valiosa para la investigación académica. Permite hacer, en segundos, búsquedas simultáneas de nombres y palabras en decenas de libros, y es posible disponer en forma ordenada de los subrayados y las notas. Las notas y los comentarios pueden ser leídos por terceros en la Red y compartirse a través de Facebook.

Pronto, manejar estos cacharros será asunto obligado de la enseñanza en cualquier universidad civilizada. Es conveniente dejar de mirar con sospecha esta revolución que está ocurriendo en el mundo del libro y abrirse a las nuevas posibilidades que nos ofrece.

Termino diciendo que con el libro electrónico no todo es miel. La oferta en español sigue siendo paupérrima. Aunque la piratería ha puesto a disposición de los lectores millares de libros, a menudo estos presentan fallas graves. De esto hablaremos, talvez, en otra ocasión.

Fuente: Miguel Huezo Mico, "Libros electrónicos". La Prensa Gráfica, 9, junio, 2011.
Disponible en:
http://www.laprensagrafica.com/opinion/editorial/197304-libros-electronicos.html

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